Vivimos en un mundo de escaparates donde nos encanta lucir nuestras mejores galas, y que la gente, al pasar ante nosotros piense qué maravillosos somos. Un mundo ficticio e irreal cuyo papel nos creemos como los grandes actores que somos. Un mundo de fotos subidas a las redes sociales mostrando idas y venidas, cenas y salidas, risas y sonrisas postizas cuyo vacío se llena más o menos, en función de los likes que tenga nuestra publicación.
Vivimos en un mundo de escaparates donde nos encanta aparentar lo que no somos, un universo de envoltorios de colores llamativos y estridentes donde mil veces rebuscamos a ver si dentro hay algo que realmente valga la pena. Sobrevivimos en un entramado de redes sociales con miles de conexiones que nos hacen estar más desconectados que nunca, nos vacían por dentro… Y digo «sobrevivimos», con suerte, porque no todos lo hacen. Algunos quedan atrapados para siempre.
Recuerdo las antiguas redes sociales de mi niñez, el patio del colegio, los juegos por el barrio, las primeras salidas nocturnas o las quedadas en la Marina… Esas si eran auténticas redes sociales, las de verdad, donde el figurar, el exhibir y el postureo no tenían cabida. Y es que éramos tal cual. Se nos transparentaba el alma bajo nuestra ropa de domingo. Sin dobleces. Sin más ataduras que la hora casi siempre impuesta de llegar a casa.
Recibíamos escasos «me gusta» pero eran de los de verdad, sinceros… Y es que no necesitábamos emoticonos para expresar cómo nos sentíamos. Ya lo sabían nuestros amigos solo con mirarnos a los ojos. Si, porque eran nuestros ojos los que brillaban, reían o lloraban, así tal cual, en directo, sin pantallas ni teclados de por medio. Si acaso, con un abrazo.
Y después de estar toda la tarde juntos, llegábamos a casa y nos llamábamos de nuevo por teléfono, muy bajito, para que nadie nos oyera. Si, con esos aparatos grandes y eternos cables de espiral que se estiraban tanto como quisieras esconderte para llamar. Muelles infinitos e interminables que te acercaban a los tuyos como ninguna red social es capaz de hacer. Muchos de esos cables nos ataron a algunas personas para siempre, eternamente. Benditos cables.
Entonces, aparecía mi madre… «Pero ¿no vienes de estar con tus amigas? Cuelga ya que corre mucho»… Y yo me apresuraba a rematar la conversación que teníamos a medias. Siempre a medias. Hay cosas que no se acaban nunca, y nuestra charla era una de ellas.
El mundo actual nos multiplica las ocasiones de placer, deleite efímero que desaparece como las publicaciones de Facebook. Pero en ese mismo mundo no es fácil encontrar felicidad y alegría interior que es lo que todos anhelamos cuando cerramos nuestro Instagram y nos quedamos a solas ante el espejo o ante nosotros mismos, que es mucho peor. Buscamos una vida de grandeza interior, que nos aporte, que nos enriquezca, que tenga sentido… y sin embargo no buscamos en el sitio adecuado.
Me gusta la frase que siempre dice un buen amigo mío: «Solo te puede pillar el tren si andas por las vías». Y así es, para bien o para mal. En el salón de casa lo vas a tener más difícil…
Para tener una vida con sentido hay que apartarse del ruido, demandar espacios para la pausa y buscar momentos para reflexionar. Necesitamos silencio para escucharnos a nosotros mismos, para saber lo que queremos hacer con nuestras vidas, para analizar lo prioritario y no dispersarnos en cosas banales. Busquemos oportunidades para cultivar nuestra riqueza interior, pasemos de largo por los escaparates… y seamos valientes y asertivos, cualidades de los grandes.
Y por qué no, escribamos una carta a alguien, de las de toda la vida, con pluma y papel… Cartas que llevan nuestro aroma y nuestra impronta allá donde vayan, esas que desgraciadamente para nosotros, hemos borrado de nuestras vidas a golpe de whasapp.
Vivimos en un mundo de escaparates. Apatía, ruido, abandono, inercia, rutina, frustración… pero molo mucho. Tengo muchos likes.
Bueno, espero que te haya gustado el post de hoy, que más que un post es una reflexión en voz alta, o en voz baja, para mi sola, en silencio… porque vivimos en un mundo de escaparates. Yo también.
También saber que hay una red que une a las personas de diferentes ciudades o culturas es bueno.
El postureo también depende de la madurez digital de cada uno y con profes como tú, maduramos y volamos a un ritmo muy alto.
Gracias teacher.
Estoy de acuerdo que las redes unen personas y culturas, pero llegamos a un punto en el que hay que desconectar para conectar.
Gracias Mariajosé.
Una reflexión muy acertada Marivi. Qué difícil resulta ver la verdadera cara de las personas cuando nos ocultamos detrás de esas fotos que no muestran nuestras realidades.
Así es Canto, muchas veces nos escondemos detrás de nuestros perfiles y compartimos y hacemos comentarios sin filtros, que no haríamos a cara descubierta.
Gracias.