El arte de ser feliz. Descubrirlo es el denominador común de los seres humanos.
Conseguir a felicidad ha traído de cabeza al hombre desde que es hombre. He ahí la piedra filosofal…
Ya en la antigua Grecia, Tales de Mileto (624 aC-546 aC) consideraba que el sabio busca alcanzar la felicidad a través de un cuerpo sano, fortuna y un alma bien educada. Cuerpo sano entendido, claro está, como buena salud. Fortuna, entendida como una vida exitosa y plena y no tanto como una economía boyante. Y un alma educada en cuanto a formación y a valores se refiere.
Qué ausencia de medios y qué sabios!! Qué cabezas pensantes más maravillosas!! Y qué pequeña y nimia me siento!! Nos lo dieron casi todo pensado. Ahora solo nos queda la simple y a la vez compleja tarea de metabolizarlo y asentarlo en nuestras vidas, como los platos de cuchara de nuestras abuelas, que al día siguiente, reposados, son más exquisitos aún, si cabe.
Para Epicuro (341 aC-270 aC), el objetivo de la existencia del hombre es conseguir una vida feliz, y esto solo se logra mediante el placer. Placer entendido como disfrute del cuerpo y del espíritu. Por ello la Filosofía debe ponerse al servicio del hombre y tratar de eliminar todas las piedras del camino, es decir, todo aquello que nos impida ser felices. Hay que buscar el placer y evitar el dolor, siempre de forma inteligente y racional, para así poder llegar a un estado de bienestar corporal y espiritual al que llamó ataraxia (tranquilidad, serenidad e imperturbabilidad en relación con el alma, la razón y los sentimientos).
¿ Y no es esto en definitiva, lo que buscamos todos? Por supuesto. Lo que sucede es que todo se vuelve mucho más complejo en nuestras manos. Lejos de convertir en oro todo lo que tocamos, lo convertimos en desazón e inquietud. Sobre todo es que esa imperturbabilidad se perturba y nosotros nos sentimos turbados. Soy consciente del trabalenguas pero no es más que la vida misma…
También quiero citar a Schopenhauer (1788-1860), quien definió la felicidad haciendo énfasis en la lucha principal de nuestra existencia, que está determinada por los enemigos de la felicidad, que son el dolor y el aburrimiento. Nuestra vida no hace otra cosa que oscilar de forma más o menos violenta entre estos dos frentes. El dolor es externo y objetivo, el aburrimiento es interno y subjetivo.
Las necesidades en el entorno, la pobreza, producen dolor. Cuando no hay necesidades, surge el aburrimiento. Esto está muy relacionado con las clases sociales, en cuanto que las clases sociales más bajas luchan por satisfacer sus necesidades, y las clases más altas batallan contra el aburrimiento. ¿Tendría razón Schopenhauer?
Lo que si está claro es que si no nos trabajamos por dentro, si no nos desarrollamos desde el punto de vista intelectual, caeremos en un vacío interior que hará que necesitemos constantemente estímulos exteriores para movilizar nuestra mente. Y sería además una movilización cada vez más leve, dado que el acomodo sostenido hará que nuestros movimientos sean cada vez más lentos. De este vacío interior surge la necesidad de inventar mil distracciones, lujos y placeres de diversa índole para construir todo un entramado que no se sostiene por si solo, que está en el aire. Hueco.
De ahí la necesidad imperante de hoy, de construir redes sociales donde los «likes» son el termómetro de lo que me valoran los demás y de lo que me valoro a mi misma. Redes que están en el aire. Huecas. Redes que nos alejan de nosotros mismos. Porque cuanto más rico es nuestro mundo interior, menos reconocimiento de medios sociales necesitaremos. Si lo tenemos, está bien, pero no es una necesidad imperante.
Me quedo con Séneca (4 aC-65 dC): «Toda necedad sufre por hastío de si misma».
También me quedo con Crisipo (281 aC-208 aC): «El sabio no carece de nada, y no obstante, tiene necesidad de muchas cosas. Por el contrario el necio no tiene necesidad alguna, pero carece de todo».
Se hace necesario quedarnos aislados, sin redes sociales que nos atrapen, solos ante el espejo, solos ante nosotros mismos. Es ahí donde nos mostramos como somos, libres, sin ataduras ni escollos. Y desde esa dimensión tan nuestra, profundizar en lo que somos con valentía y amor. Amor a los demás y a nosotros mismos.
Y me quiero libre. Como Agustín García Calvo quería a su amada. Yo también me quiero, y me quiero libre.
Se lo que es ser feliz. Lo se. Lo he vivido muchas veces. Otras no.
Un cuerpo sano, una vida exitosa y plena, y el alma educada en valores. Un bienestar corporal y espiritual, serenidad de alma, razón y sentimientos. Riqueza interior y pocas necesidades materiales. Y libertad para querer y para quererme.
Siempre.
“La felicidad no es cosa fácil. Es muy difícil encontrarla dentro de nosotros mismos, e imposible encontrarla en otra parte” Chamfort (1741-1794).
Que seáis felices. Muchas veces.
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